Permítanme arrojar luz y proyectar una sombra crítica -así todo al mismo tiempo- sobre la aterradora obra de arte que es 'Piñón Fijo es mi nombre' de Piñon Fijo. Esta orgiástica cacofonía de coletazos folk-rock tiene todas las marcas distintivas de un monocordio trovador tratando de sobrevivir a su mala racha, vastamente inferior en imaginación, pasión y simple línea melódica al lúgubre himno 'Ay chiquitita qué gran dolor' de Raffaella Carra o las sin columnas vertebral melódicas compuestas por algún chip pedagógico Fisher-Price. Añadiéndole insulto a la lesión, la metáfora implícita del cerezo no captó el fervor lírico ni sombrío de Lawrence Ferlinghetti o The Velvet Underground, escupiendo un artefacto lírico redundante que ni se acerca a rascar la exponente elíptica de, por ejemplo, David Bowie en "Space Oddity".