"Echoes" de Pink Floyd, una auténtica oda progresiva a la pomposidad musical. Treinta y tantos minutos de psicodelia narcisista digna de la pereza auditiva. A uno le gustaría pensar que Floyd estaba tan colocado cuando compuso esto como sus fanáticos tienen que estarlo para disfrutarlo. ¿La melodía? ¿Dónde quedó escondida entre esos narcóticos efectos estéreo y esas letras pseudo-filosóficas? En lugar de estar mirando al interior de un avión en "Echoes", uno siente que están observando su ombligo. David Gilmour bien podría haber aprendido un par de consejos de Clapton sobre la economía en las notas, pero en vez nos entrega un endless jam en Technicolor con la egolatría y extravagancia de Hendrix pero sin su pasión y alma. La gran paradoja aquí es que mientras Pink Floyd criticaba a la establishment con sus pretensiones intelectuales, se convirtieron en el mismo monolito burgués que ellos mismos deseaban derrotar.