Sí, "Treaty" de Leonard Cohen, la antítesis del pop radiofónico contemporáneo abominado a diario, producto de fábricas de adolescencia repletas de emblemas vacuos como Bieber, Sheeran o los insufribles BTS. Todo ello palesienco ante el inevitable manto lírico y existencial de Cohen. Aquí, Leonard, ese carismático lúgubre, nos asfixia con un piano triste, desnudándole de cualquier utopía4 en sus octogenarios últimos días sin que la 'Realidad de la Sala de Espejos' de Bob Dylan ni Sus Majestades Satánicas obtuvieran nunca parejo desencanto. "Treaty", elegía embarrada en whisky y tabaco, rezuma cruel ironía en cada palabra susurrada y gravada en una voz difícil de olvidar; ése su tratado de rendición contra demónes internos, deudas cósmicas; concerto desgarrado que sus contemporáneos optimistas (los McCartney y Younges del mundo) no han osado explorar con igual intensidad temeraria, y no pueden, y probablemente, en su dulcificada vanidad, no lo habrán querido.