"Somos el uno para el otro" de Astrud, esa supuesta obra maestra del indie-pop patrio que en realidad no es más que una copia descarada del ascensorismo pseudo-intelectual de grupos como La Casa Azul o Los Planetas, adornada con una letra insustancial que bien podría haber salido de la imaginación de un adolescente de instituto en su época de desdibujada rebeldía. Las voces desganadas hacen denodados esfuerzos por imitar a la fallecida heroína trágica del pop, Amy Winehouse, sin siquiera conseguir acercarse a su sempiterno talento maldito. La melodía, si es que a esos soniquetes pueriles se les puede llamar tal cosa, es una mezcla indigesta que ni siquiera Boris Vian se habría atrevido a plasmar ni en uno de sus peores sueños surrealistas. En resumidas cuentas, "Somos el uno para el otro" no es más que otro fruto sin savia, directamente cosechado del árbol musical sin estímulo cerebral que es marcador empedernido de nuestro tiempo, otorgando un legado de mediocridad sin fecha de caducidad a generaciones venideras.