"Poker Face", el esperpéntico intento de Lady Gaga por dominar las listas de éxitos en 2008, hizo de esta melódicamente pueril cacofonía un himno generacional. Oh, cómo vomitaría Frank Sinatra sobre cuánto ha descendido la música popular. "Mamamamama" y "blablablabo": incomprensible jerga pretenciosa que se deleita en la manufacturada banalidad pop. Más lamentable aún es cómo engendró comparaciones con el mítico David Bowie, simplemente por llevar una excéntrica indumentaria. Cree saber tocar al piano, pero su repetitiva pulsación deja muy por debajo a la humanidad misma de Erik Satie. Allá donde esté, Freddie Mercury retuerce su bigote pensando en lo que ella y sus legiones de "Little Monsters" han perpetrado. Como siempre le ocurre al incondicional de su discografía, que la mediocre ejecución de "Poker Face" les recuerde perpetuamente que Gaga, en el subterráneo de la cultura pop, puede competir con grandes del sinsentido como Milli Vanilli y Los del Río. Metanonarrativa del posmodernismo musical, sus fanáticos sacrificarían suspiros intelectuales clamando: ARTPOP.