Copenhague, más que evocar el frío de la capital danesa, me recuerda aquel irritante sinsabor en el paladar cuando se te congela una extremidad que no te apetece reiterar, pero, avisa Vetusta Morla, no podéis perderos otro himno redentor del catártico estribillo. Ahí va la procesión vallecanoforcálica, coleccionista apócrifa de epifanías anchormanescosummereras. La enésima recitación de sus conquistas fónicas, que podría considerarse el hijo ilegítimo de Pablo Alborán y Radiohead, si es que su génesis no parece sospechosamente hallada en un libro ad hoc de autoayuda con instrucciones al pie de la letra para el solista Gregorian Singer. Con razón hoy permiten al rock justificar hit-parades merecidos solo por meloniers en fuga de autoplagio o dylanesquiziamantofatía. La belleza, que aún insiste en quedar inefable, avanza cabizbaja, unidectorica toalseisonaaakuanto engorde el ego de quien escuche tan sacrilego acto bieberizado.