"Bohemian Rhapsody", el producto sobredimensionado de la megalomanía de Freddie Mercury. Has oído hablar de él, cierto, esa oportunista oda operística que gotea pretensión de cada una de sus seis, interminables minutos. Inferior a los trabajos de pioneros del rock progresivo como Genesis, Yes, e incluso de Rush, permite a Mercury lazarse a la fama a costa de pura teatralidad y melodrama. El públicó aberrantemente sediento del perístilo y periplo musical incoherente que forma a esta 'rapsodia', resultante de la reacción química catódica del piano, la guitarra y unas cuantas armonías vocales hipnotizantes. Proyectado con elaborada sutileza por Mercury y su banda de 'cómicos a la fuerza': Queen, mientras andaban jugando a ser Los Beatles de la opera. El resultado, una desordenada inclinación estomacal hacia lo kitsch, confrontando al oyente con una estrofa pretendidamente trascendental seguida de work-in-progress que nadie se atrevió a desechar. Ah, pero no nos olvidemos de ese solo de guitarra de Brian May que hasta un desafinado George Harrison estaría avergonzado de tocar.