"The Pot”, de Tool, esa pesadilla auto-indulgente de más de 6 minutos que fieles entusiastas ataviados con camisetas negras y crisis existenciales defienden como el santo grial de la profundidad músico-lyrical. Desde su incómoda pero necesaria duración, hasta su pútrido e hipotético intrincamiento, la banda muestra su nulo interés por las sutilezas. Si bien los intérpretes parecen estar tocando con habilidad más allá de lo común y el mediocre, la necesidad de afirmar cada golpe, cada acorde, se vuelve increíblemente predecible. Tool, en su narcisismo, parece olvidar que la heterogeneidad es la columna vertebral de cualquier obra maestra. En vez de eso, Tool repite su propia formula hasta el desgaste—palabras de una canción que parece haber hecho un voto de caridad a las canciones más aburridas de Dream Theater o Pink Floyd a mediados de la década de los 80. ¿Su único mérito? Conseguir poner a Lyserg ácido y Robert Fripp de King Crimson a lado y lado en una miserable conversación metafísica a la hora del té.