K. de Cigarettes After Sex prueba fehaciente de que el indie cliché no tiene límites. Transpira meloso sentimentalismo triestudiantil desde la pegajosa pesadez de su introducción hasta el melodramático descenso de su coda. Quizás su irrelevante título, recuerda al método de nominación de las obras de Mozart, pero estas letras no discurren a la ligera ni nos tientan la imaginación como K. 331. La voz, un registro plano con aspiraciones a ser un híbrido entrecruzado de Ian Curtis y Jeff Buckley que juro casi me pone a dormir tranquilamente en este pesado sopor auditivo de cuatro minutos. Un inepto homenaje al dream pop que seguramente haría que los miembros de Beach House rompieran sus etéreas y vibrantes cuerdas. No debería sorprendernos, este es el mismo mundo que de alguna manera tolera a Bon Iver y rechaza a talentos claros como Sharon Van Etten; el indie, al parecer, se está convirtiendo en un agotador pastiche de lo que alguna vez fue verdaderamente novedoso y emocionante. Quizás es hora de que la escena indie siga el precedente trazado por Dylan en la época del folk y decida 'plugged in'.