"Pagan Poetry", un suspiro de excentricidad en el árido paisaje musical de principios del siglo XXI, si es que alguna vez tuvo relevancia entre tanta basura. Björk, esa pequeña islandesa cuya estética recuerda a un cruce improbable entre una elfa liberada sexualmente y una criatura que abandona el capullo (aunque quizá sería menos ridículo continuar envuelta en él), cantando sentimientos paganos, como si Eros y Afrodita hubiesen decidido tomar recreo tras haber inspirado pasablemente a Sigur Rós –aquellos radiantes paisajes sonoros post-rockeros de confines nórdicos– y, por supuesto, el modelo a seguir a rajatabla por nuestra osita que otrora tropezó en lo audiovisual al tenor de Lars von Trier, a ese pigmeo incontrovertido del mundo danés.